En el fabuloso libro de Simon Jarrett (Aquellos a los que llamaban idiotas)
Hace un estudio desde el año 1700 hasta la actualidad sobre lo que se denominaban “idiotas”.
Una de las cosas más curiosas es cómo nos cuenta que en el siglo XVIII se aceptaba a los idiotas como parte de la sociedad. (Entiendo que más de alguno piense que ahora también).
Y nos dice que aunque no era una convivencia perfecta, pues eran blanco de bromas o, si tenían dinero, objetivo de “pillos”, eran aceptados.
Compañeros de trabajo.
Vecinos.
En definitiva, como parte activa de la sociedad.
Y no solo eso, en aquella época, especialmente dura con los castigos, ser idiota solía servir para que la comunidad te apoyara y los jueces fueran más blandos.
“Señor Juez, no lo tenga usted en cuenta que este tío es gilipollas”.
Eso rebajaba toda posible condena.
Bien.
Luego Simon describe como en el siglo XIX esa tolerancia dio paso al miedo y al rechazo.
Entonces salieron muchos médicos especializados en idiotas.
Y esa sensación de amenaza fue la que llevó a la sociedad a crear centros especiales.
De este fabuloso libro se puede destacar, por ejemplo…
Que su lenguaje es muy sencillo.
O su manera de contar algo serio y dramático de tal manera que dibuja en la mente una manera humana de ver el dolor…
Y esto no es negociable.
Debes dibujar en la cabeza de los demás.
En la tuya no, en la de los demás.
Y el libro hace 3 cosas que toda persona debe tallar a fuego si quiere vender:
-Lo primero es investigar mucho sobre lo que quiere escribir, en este caso, idiotas.
-Lo segundo es utilizar un lenguaje que pueda entender cualquiera. Un idiota también.
-Y la tercera es dibujar claramente en la mente del lector. Sea idiota o no.
Haz esto para vender, lo que sea que vendas y venderás lo que sea que vendas.
Lecciones mucho más profundas sobre investigación, comunicación y dibujar en cabezas, aquí:
Isra Bravo.