Hablemos de discusiones.
Es posible que conozcas la Ley de la trivialidad.
La de Parkinson, digo.
Nos pide que imaginemos una reunión de empresa donde tienen que debatir tres puntos entre todos los miembros, miembras y miembres del comité.
Los tres puntos son los siguiente:
-Una propuesta para una planta de energía nuclear de 10 millones de euros.
-Una propuesta para un aparcamiento de bicicletas de 300 euros.
-Una propuesta para un presupuesto anual de café de 50 euros.
Bien.
¿Resultado?
Lo de la energía nuclear apenas se debate pues es un tema demasiado avanzando y peliagudo.
Poca gente está segura de cómo explicar eso a los demás.
El tema de las bicicletas lo debaten todos y todo el mundo expresa su opinión (se supone que solicitada en este caso) sobre qué, cómo y cuándo hacer un aparcamiento para bicicletas. Hablan hasta del techo más adecuado. Todo el mundo tiene algo que decir.
Y sobre el café…
Eso ya es la locura. Todos son expertos en café. Todos saben de todo. Precios, sabores, preferencias de la gente. Y todos están muy contentos de dar sus opiniones y demostrar que saben.
Al final, se debaten muchas más horas sobre café que sobre la planta nuclear.
Vale ¿y qué pasa?
Pues pasar no pasa, nada. Supongo que los seres humanos somos así.
Lo mejor es darse cuenta y evitar entrar en discusiones estúpidas sobre cosa estúpidas.
Tal como nos indica la Ley de trivialidad de Parkinson no hay profundidad en las discusiones masificadas.
Es una pérdida de tiempo.
Las cosas realmente importantes, no producen casi nunca debates profundos y la gente los aparca.
Bueno, quizá estés de acuerdo con esto, quizá no.
Lo que es seguro, y no admite discusión, es que los mejores vendedores, no son los que más hablan, son los que más callan.
No hay que debatir con un cliente. Hay que dejar que hable.
A más callas, más vendes.
Es simple.
Bueno, verás eso con mucha más profundidad, aquí:
Isra Bravo