Te voy a contar dos detalles que pueden hacer que vendas mucho.
No es broma.
Ojo, vas a tener que leer con atención este mail.
No te voy a contar cosas tipo…, “No pongas las palabra no, que hace que la gente ande negativa y poco participativa”.
Pues no.
Vaya tontería.
No, no,
y no.
Mira.
Cuando tenía unos 11 años llegó un niño nuevo al colegio. Manuel.
Y resulta que vivía en el “bloque negro” del paseo de yeserías.
La zona era lo peor.
Pero lo peor de lo peor.
El “bloque negro” era un edificio más viejo y más tétrico que el comunismo.
Tenía tres plantas.
No una.
No dos.
Tres.
Bien.
Era tan viejo y tan tétrico que lo querían tirar.
Solo resistían dentro dos familias. La de Manuel y otra que no era la de Manuel.
Pero lo más raro de todo esto no es que Manuel viviera allí.
Lo más raro es que se empeñara en que visitara su casa.
No entendía que insistiera tanto en que fuera a ver semejante escombro.
Era un bloque horrible, con un portón de madera que parecía arañado por 200 zombis, escaleras crujientes y paredes color rinoceronte.
Ya sabes, grises, apagadas. Sin vida. Detrás de esa pared, la muerte.
Por supuesto no había ascensor.
Pero Manuel se empeñaba en que visitara su casa.
“Ven Bravo, ven. Te gustará mucho, te lo prometo”.
Accedí.
Por el camino iba pensado que quizá querría darme una paliza por algo que le hubiese molestado.
Le miraba los brazos, el tamaño de su cabeza y el de sus manos para saber si en caso de pelea, podría él o podría yo.
No llegué a ninguna conclusión.
Tenía abundante pelo rizoso, así que no sabía si era una gran cabeza de hierro o era el pelo.
No sabía si era un gigante de lucha con cabeza asesina o una muñeca chochona. Manuel era extraño en general.
Cuando entramos en su portal se cerró el portón zombi tras nosotros y sacó un mechero.
“Sígueme, se ha roto la luz”.
Y le seguí, pensando en la pelea.
Pero cuando abrió su puerta, vi la casa más increíble que había visto en toda mi vida.
Enorme.
Lamparas de palacio ruso.
Espejos con marcos de cuadro antiguo.
Caramelos por la mesas.
Olor a bizcocho de abuela esponjosa
También tenía un scalextric en su habitación Y un futbolin.
Incluso una máquina recreativa trucada para no tener que poner monedas.
¡Del Sonic!
Creo que no cerré la boca desde que entré hasta que salí de allí.
Manuel vivía dentro de un cuento.
Entonces me di cuenta de que era muy tonto.
Yo.
Manuel, no.
Yo.
Él solo tenía tal vergüenza por vivir donde vivía… que necesitaba enseñar donde vivía.
Vergüenza, necesidad.
Suficiente por hoy.
Isra Bravo