Hace ya bastante tuve que hablar en público.
La verdad, no estaba nada cómodo.
Una de las personas que tenía al lado, que me notó nervioso, me dijo algo así como…
“Imagina que están todos desnudos.”
No me ayudó demasiado, me dio por imaginar que el que estaba desnudo era yo.
El caso es que salí, hablé y la cosa no fue mal, ni bien.
No fue aburrido, pero tampoco se puede decir que resultara una charla divertida. Para nada.
Pasé desapercibido. Dicen que nunca debes pasar inadvertido pero yo no estoy muy de acuerdo con eso.
No quería protagonismo y el peso que me quité de encima al terminar era mucho más placentero que la idea de dar una charla “triunfal”.
Yo solo quería salir de allí.
¿Y de qué iba todo aquello?
Pues era en un salón de actos con unas 70 personas que habían ido, previa promesa de un regalo, para escuchar una charla sobre una historia que se llamaba “multipropiedad”.
No me gustaba aquello.
El caso es que la gente pagaba una pasta por ser propietario 15 días al año de un apartamento.
Los apartamentos se podían cambiar.
Cada multipropietario iba a la casa de otro previo acuerdo.
Era un rollo rarísimo. No me motivaba vender algo así.
Pero algunos compañeros ganaban bastante dinero porque siempre hay pardillos que se lo tragan todo y compran lo primero que les ponen delante.
Así es la vida.
En mi charla no vendí nada. Fracaso total en ventas.
Apenas duré una semana.
Era muy malo vendiendo.
Me daba vergüenza hablar y me intimidaban los matrimonios de cincuentones que solían pasar por aquel sitio.
¿Y a dónde quiero llegar?
A que la vergüenza se pasa cuando vendes algo en lo que crees. Y sabes cómo hacerlo, claro.
Si tú tienes algo en lo que crees y quieres que tu cliente lea y compre, lo mismo esto te interesa:
Isra Bravo