Esta mañana, cuando llevé a mi hija al cole, me ha preguntado por la muerte.
He sentido una angustia inmensa en el pecho. De repente, con toda su inocencia me ha llevado allí. Y no sé que sitio es ese.
Lo mismo algún experto en marketing online dirá… “Isra, no hables de la muerte en tus mails, eso no vende, eso no es sexy”.
No sé, no soy experto en mails. Yo los escribo, ya está.
El caso es que he sonreído, le he contado una historia de ángeles y nos hemos reído los dos. Pero seguía angustiado.
Le he contado que los ángeles están en el cielo y si nos portamos bien, comen chocolate.
-Barbasexy, ¿y si nos portamos mal?
-Si nos portamos mal, nos perdonan y nos mandan un beso muy fuerte, porque están deseando seguir comiendo chocolate.
Nos hemos reído bastante. Imaginando un montón de ángeles glotones con los dedos llenos de chocolate.
A ver, seguro que hay algún experto de marketing en la sala y también de niños que me dirá que a los niños hay que decirles la verdad, pero pasan dos cosas:
-Yo no sé cual es la verdad.
-A mí hija le meto todos los pájaros que puedo en la cabeza… y los alimento y les invito a que canten y jueguen allí dentro, básicamente porque no sé hacer otra cosa mejor por ella. No lo he descubierto aún.
Esto te lo cuento porque soy un hombre envidioso, ya ves. Que horror. Hablo de muerte y de envidias.
¿Y qué envidio?
A las personas que tiene Fe. Una Fe auténtica y profunda.
Yo lo intento, me esfuerzo, pero no llego hasta allí, algunas veces creo en Dios, otras no, así que supongo que eso no es creer.
Me duele ser tan vulgar. No ser capaz de ver más allá.
Me encantaría creer en un sitio de ángeles y chocolate. Pero, aunque a veces noto que sí, que rozo la Fe con la punta de los dedos, muchas veces siendo la nada.
Y me da pena. Y envidio la gente que tiene el convencimiento absoluto.
Seguiré luchando. Buscando dentro de mí y dentro de ti.
Isra Bravo