Te hablaré de mi primer trabajo.
Tenía 15 años. Trabajé de chico de los recados para un sastre multimillonario.
No se puede decir que fuera un chaval especialmente listo, ni tampoco especialmente trabajador.
Sin embargo, hacía cosas bien.
No era nada pelota o trepa.
No veo mucho talento en una visión así de la vida.
Tampoco pensaba demasiado las cosas. Me pasa a menudo.
Si voy a comprar un pantalón, pillo el primero que esté en la percha, me lo pongo sobre las piernas en un espejo y si no parezco la mascota de un equipo de fútbol americano, me lo llevo.
(Dos o tres de la misma talla y color, claro)
Bien.
No pensar demasiado tenía una gran ventaja en mi primer trabajo.
Resulta que el sastre millonario había sufrido varios robos.
Muchas veces salía con un montón de dinero de algún banco cerca de las sastrería y los ladrones, que ya lo conocían, le pateaban la cabeza y se llevaban el dinero.
Así que estaba acojonado. Tres robos en apenas dos meses.
Y me contrató a mí, que era un pringao, para hacer ese trabajo. Hacía más, pero ese era el que de verdad le aportaba valor.
El primer día, me llevó a uno de los bancos, me presentó al director y le dijo:
-Este es Isra, será el que venga, a partir de ahora, a recoger el dinero.
Al día siguiente fui al banco y recogí 1.600.000 pesetas. (Cuando yo tenía 15 años estaban las pesetas, eran unos 10.000 euros)
Una pasta entonces. El millón me lo dieron en un sobre plastificado. El resto con una goma.
El sastre tenía tanto miedo, que prefería poner en manos de un chaval que acababa de conocer un montón de dinero antes que ir él.
Y así estuve tres meses. Con un montó de dinero en el bolsillo de un lado a otro.
Tentado estaba de salir corriendo una mañana con un par de millones en el bolsillo, pero el respeto por la propiedad privada, me llevaban a mi sitio cada vez.
Al despedirme del trabajo el sastre me pagó cuatro veces lo que me correspondía.
En esos tres meses, nadie me atracó. No tuve ningún problema. Iba con el dinero en el bolsillo como si llevara pipas. Me daba igual. Me sentía invencible.
Estaba a una sola hostia de quedar llorando en el suelo, sin dientes ni dinero, pero nunca me sentí débil. Nunca dejé que ganara el miedo.
Así deberías enfocar tu negocio. Y así deberías escribir para vender.
Isra Bravo