Hace unos años me hice amigo del dueño de un gimnasio.
Un tío majo con el que se podía hablar de mujeres.
A mí me gusta hablar de mujeres, por eso lo digo.
Con ellas también.
El caso es que le dije que me gustaría escribirle algo para su gimnasio.
Entonces, en vez de utilizar el enfoque habitual para atraer hombres a un gimnasio,
que es… (tápense los ojos los menores) ponerse cachas para ser un follador nato imaginario.
O ponerse cachas para ser un follador nato imaginario y además impresionar a sus amigos y que la mujeres los deseen…
pues hice otra cosa.
Me dije a mi mismo, este sería el enfoque típico, el que haría todo el mundo.
Y claro, yo soy muy listo, yo no soy todo el mundo, yo soy mucho mejor así que escribiré y daré un ángulo de “ponte en forma para pode coger muchas cajas, aquí te enseñamos las posturas adecuadas”.
¿Resultado?
Fracaso tortal.
Nada, 0.
Y claro, eso me pasó por la sencilla razón de que quise ser más listo que el mercado.
En vez de entender que el 99,99% de los hombres que se machacan en el gimnasio piensan en mujeres hombres y viceberzas, lo digan o no lo digan, yo les dije; “chicos, tienes que aprender la postura adecuada para cuando tengas que mover un sofá en tu casa”.
Pero, ¿a quién coño le importa un sofá?
No entrenamos para que nos mire un sofá.
Eso es un triste beneficio colateral.
La realidad es que quieren ser folladores natos no imaginarios.
Bueno.
Me gusta el mercado porque el mercado te pone en tu sitio.
Dicho esto.
Los pasos son sencillos.
Averiguas qué quiere la gente. Eso casi nunca coincide con lo que dice.
Una vez lo sabes, se lo ofreces. Bien ofrecido.
Repites lo mismo una y otra vez.
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Isra Bravo