Esto que me pasó de adolescente, lo mismo te ayuda a vender más.
Mira.
Llegó el verano y me busqué un trabajo.
Quería dinero rápido.
Después de descartar el tráfico de drogas, y como todavía no se llevaba lo de ir cambiando vidas online en piloto automático, me decidí por repartir propaganda.
No se puede decir que yo fuera un chaval muy profundo.
De adolescente solo me interesaban las chicas.
No me interesaba el futuro, ni el pasado, ni el presente.
Las chicas.
Entonces, una tarde de julio a 40 grados a la sombra en un pueblo de Toledo repartiendo publicidad por chalets, vi a una chica en una parcela.
Era perfecta.
No te la voy a describir porque la perfección no tiene palabras, pero por lo visto, existe.
Estaba sentada debajo de una sombrilla leyendo.
Quizá notó que un descerebrado la estaba observando y alzó la vista, me miró, sonrió y volvió a clavar sus ojos en el libro.
Lógicamente, no me atreví a decirle nada.
Me sentí pequeño.
Pobre.
Idiota.
Con mi camiseta de tirantes, y mi pelo aplastado por el calor.
Era un paria.
¿Qué podía hacer?
Bien.
Cuando volví a la oficina donde nos reuníamos el equipo de élite de los repartidores de propaganda a 40 grados a la sombra, le conté a un compañero mi visión.
-Miguel, acabo de ver a una chica que está buenísima.
(Pretendía parecer duro, en realidad, donde dije buenísima quería decir perfecta).
-Yo las veo cada cinco minutos, ¿qué tiene de especial?
Me callé, porque si le tengo que explicar que era perfecta, no habría sabido, como ahora.
Es lo que tiene la perfección.
Ahora, los defectos, tienen muchas ventajas. Muchas.
Por ejemplo, son muy buenos para la venta.
Ojo, esto hay que hacerlo bien.
La razón de porqué pasa esto y cómo lo puedes implementar en tu estrategia, es una de las partes más interesantes del curso.
Vale para cualquier mercado y para cualquier negocio.
Lo único que necesitas es no ser perfecto.
Si es tu caso, lo mismo esto te interesa:
Isra Bravo