Hace un tiempo escribí un mail sobre máquinas tragaperras.
Siempre he sentido fascinación por esas máquinas. Jamás puse una moneda ahí dentro, entre otras cosas porque no las entiendo.
Me encantan sus luces, me encantan sus sonidos y me divierte ver a los idiotas en los casinos meter una moneda tras otra creyendo que por fin ganarán a la máquina.
Pero, aunque me fascinan, no las entiendo.
Tengo mis habilidades, como todos, pero no se puede decir que sea hábil si me llega demasiada información de golpe.
No sé procesarla. Soy lento. Y las máquinas son muy complicadas para mí.
Que si avance, que si una cereza, una pera, el símbolo del dólar.
Demasiado complicado.
Pero es innegable que esos salones de juego son listos y conocen bien a su cliente ideal. Independientemente del grado de enfermedad mental que tengan sus clientes.
Muchas gente que pontan negocios online no son emprendedores, son adictos a la dopamina.
Les da placer comprar de manera compulsiva. Creen en milagros y “secretos” en vez de en sistemas y trabajo.
Internet es la nueva forma de las maquinitas.
Con sus luces, sus reclamos, sus falsas promesas de riqueza, es irreal.
Vas perdiendo el dinero de un lado a otro. Eres el eterno estudiante.
Y lo llenan todo de lucecitas, miles de testimonios, de prueba social.
Pues vale.
No deberías trabajar con nadie que no sea capaz de demostrarte por sí mismo que es bueno, muy bueno, en lo que hace.
Además, todo es mucho más fácil.
Si tienes un producto o servicio que vender te montas una web.
Algo sencillo.
Y escribes textos de esos que la gente quiere pasar de lector a cliente.
Y si no te ves capaz contrata un copywriter o aprender tú. Algo profesional, ya está. Nada de milagros ni de trucos.
Las buenas películas las dirigen buenos directores. Y los textos que venden los escriben buenos copywriters.
Es lo normal. Lo sencillo. Lo sensato.
Isra Bravo