Mira.
Cuando estaba vendiendo pisos, llamé una tarde a un potencial cliente. Al teléfono fijo de su casa.
No lo pilló.
Al día siguiente le volví a llamar y tampoco. Siempre llamaba al fijo.
Así una semana.
Lo volví a intentar una tarde pasados unos días y por fin descolgó. Muy amable.
Y como yo era un membrillo no se me ocurrió otra cosa que decirle que llevaba toda la semana anterior intentando dar con él.
Cuando colgué se acercó mi jefe y me dijo…
-Pero tú chaval, ¿en qué mundo vives?
La verdad es que seguía sin entender nada, así que le miré como se mira la etiqueta del cubo del detergente en un supermercado.
Sin emoción. Sin vida. Sin esperanza de entender nada.
-Hay dos razones por las que no puedes hacer eso, una es demasiado obvia y no te la pienso decir, la otra, es que la gente odia sentirse vigilada. Él ya sabe que tú sabes cuándo está o deja de estar en su casa y aunque tú lo sepas, tú te callas. ¿Te has enterado?
-Sí, claro.
Bien.
Esto te lo cuento porque el otro día estaba viendo a un copywriter que enseña a otros a ser copywriters viendo vídeos y rellenando plantillas que dijo:
«Tenemos que etiquetar cada prospecto para así poder personalizar. Por ejemplo, si alguien no abre uno de nuestros emails, lo etiquetamos y el siguiente que recibe podemos empezar diciendo… “veo que no te interesó el último email que te mandé y por eso te quiero hacer ahora otra oferta…” así ve que nos preocupamos de verdad por sus intereses».
Madre mía. Y este es el profesor.
Y sobre profesores. Hay una lección de ventas en el módulo I de Copywriting para atrevidos que tiene que ver con un profesor de salsa.
Él escribió un anuncio. Yo escribí otro.
Casi todo el mundo escribe como lo escribió él. Pero el que vendió es el otro.
Te lo dejo aquí por si te interesa aplicarlo en tu negocio:
Isra Bravo