Hace unos meses escribí una carta de ventas muy mediocre.
La carta de ventas mediocre era para un cliente al que otro cliente le dijo que hablara conmigo. A mi siempre me han gustado las bocas y las orejas.
Las redes no, porque son sociales y a mi en sociedad me gusta beber cerveza, no subir las fotos ni hablar con desconocidos a los que les “guste” o les “disguste”.
Bien.
La carta de ventas era mala porque fui soberbio e idiota. Ya está.
Es para un producto altamente emocional y no emocioné nada. No entendí ese dolor. No me esforcé lo suficiente, me traicionó la soberbia y pensé… “esto lo hago con las manos atadas a la espalda”
Vaya tonto.
Después de entregar el trabajo, pasaron semanas y una noche en mi salón, sin dormir, andando y dando vueltas escribí un mail a mi cliente.
“Tenemos que hablar, algo no encaja, creo tener la solución y necesito que hablemos.”
Hablamos.
Le reescribí todo el trabajo. De arriba a bajo. Mails, anuncios, cartas de ventas, todo. A coste cero, mis idioteces corren de mi cuenta, claro.
Se la enseñé a una persona ajena que pasó por ese problema. Se le humedecieron los ojos, me insultó mientras se reía, ahora sí.
Conozco un montón de gente con problemas y sueños con los que me reúno. Personas sensibles. Locos para algunos locos.
Si cuando reciben mis cartas de venta no dicen… hay que ganas… (aunque sea algo en lo que no han pensado en la vida) o me dicen, te pasas… el trabajo es mediocre.
Ayer este cliente, me mandó un mail. No pondré lo que dijo.
Pero lo importante es que las ventas suenan, ya escuchamos el pulsar nervioso de los dedos emocionados que rellenan los datos para recibir su pedido.
Hoy hablaremos para que le escriba varias cartas (no baratas) para diferentes proyectos.
Tú podrías escribir las tuyas y, créeme, compensan las noches de insomnio.
Isra Bravo